Aunque
parece inspirado en una famosa novela de ciencia ficción (y su respectiva
adaptación cinematográfica) en realidad el título de esta entrada viene a resumir
perfectamente la aventura a la que me he enfrentado el año que acabamos de
despedir. La vida en la Tierra es una odisea siempre pero algunos años lo es
más aún si cabe. El 2013 ha sido un año bastante duro y complicado, por muchas
razones, pero sin duda también me ha traído gratas sorpresas y recompensas.
Estas últimas me han permitido lidiar la batalla y salir airoso de la zozobra
reinante en un año marcado por la sombra de una crisis económica cuya realidad
sigue siendo tristemente noticia, aunque nuestros gobernantes nos quieran
vender la moto de la recuperación económica y de la salida de la misma.
Parte I: lo negativo.
El
año empezó con unos meses de mucho estrés y agobio, tanto en el ámbito laboral
como en el familiar. Me dejé la vista analizando y describiendo los caminos y
fuentes públicas del término municipal de Córdoba, a la espera de que se sacara
a concurso un importante proyecto promovido por el ayuntamiento de dicho
municipio. De su adjudicación dependería la suerte de la empresa y por ende la
mía (y la de mi compañero de trabajo). Desgraciadamente dicho proyecto quedó
congelado y esto supuso que, solo cuatro meses después de mi reincorporación al
trabajo, se produjera mi despido (el segundo y definitivo, el primero fue a
finales de 2011, estuve casi un año parado para encargarme de cuidar a mi
abuela, con demencia y encamada). Después de varios meses de trabajar a la
espera de la citada adjudicación salvadora, en julio tuve que tomar la decisión
de abandonar mi situación de irregularidad y dejar de trabajar sin remuneración
(esta llegaría en cuanto la empresa tuviera la suficiente liquidez y solvencia).
Un parado más en la triste estadística española (27,6%). Probablemente esta
situación tuvo que ver en el problema de salud que tuve a finales de enero, en
concreto estuve con una hemorragia interna durante una semana (no era la
primera vez y por eso no me acojoné demasiado, sabía que sería algo pasajero) y
con fuertes dolores de estómago. Con este antecedente y una pequeña anemia
reflejada en la analítica que me hice me hicieron una endoscopia y me
encontraron una úlcera duodenal. Recientemente, después de perder varias citas
del especialista de Aparato Digestivo durante el verano, por fín descubrí que
me salió positiva la prueba de la ureasa y que mi úlcera estaba asociada a la
presencia de la bacteria Helicobacter
pilorii. Para su erradicación he tenido que tomar durante 10 días varios antibióticos.
A principios del año 2014 me harán la prueba correspondiente para comprobar el
éxito en dicha erradicación.
Por
otro lado, a principios de año, después de varios meses de briega con abogados
y procuradores (con el astronómico gasto correspondiente), y de idas y venidas
a las casas de los familiares herederos de la herencia de mi abuela, por fin se
consiguió el auto de declaración de herederos y podemos pasar al siguiente
asalto en esta historia interminable: la firma de la escritura de aceptación de
herencia por parte de mi madre, de mi hermano y mía y de renuncia por parte de
dichos familiares (dos hermanas, tres sobrinos y dos sobrinas).
Atrás quedaron
muchos berrinches y discusiones en mi casa por culpa de toda la mierda que hay
en torno a estos asuntos hereditarios, pero aún no había terminado aquí nuestro
drama. ¿Por qué digo esto? Bien, la renuncia de estos herederos a su parte
proporcional del 50% del piso (mi abuela no dejó dinero en su cuenta corriente,
bueno sí, -21 euros), concretamente del piso en el que hemos vivido
prácticamente toda la vida mis abuelos, mis padres y mi hermano y yo, era en su
mayoría desinteresada. Y así lo creíamos ilusamente –así nos lo hicieron creer
en un principio, antes de empezar a mover la maquinaria legal para conseguir el
100% de la propiedad- ya que uno de los sobrinos, de cuyo nombre no quiero
acordarme, dejó bien claro durante el proceso previo que su renuncia ante
notario estaría supeditada siempre al cobro del 6% que le correspondía en la
asignación de bienes (para que os hagáis una idea, unos 4700 euros).
Acabado el
proceso notarial, esta sanguijuela se puso en contacto telefónico conmigo y le
comenté que estábamos a la espera de saber si nos habían aceptado la propuesta
de pago aplazado de la importante cantidad que teníamos que abonar a la
Consejería de Hacienda de la Junta de Andalucía (un atraco a mano armada
sustentado en el Impuesto de Sucesiones y Transmisiones) y quedamos en volver a
hablar del tema pasado un tiempo.
Sin previo aviso, esperando una segunda
llamada –quizás mi error fue no haberle avisado de cómo quedó el aplazamiento
en el mismo momento de recibir las cartas oficiales- recibimos en nuestro
domicilio una carta dirigida a mi madre y firmada por un abogado. Imaginad cómo
se te queda el cuerpo cuando recibes una carta en la que se te advierte que si
en el plazo de una semana no nos ponemos en contacto con su cliente para
solucionar amistosamente la reclamación de la cantidad antes indicada –esto quedó
por escrito en un contrato privado firmado entre mi madre y él en enero del
pasado año-, procederían a demandar a mi madre, y esto implicaría tener que
acudir a juicio. Ya le había advertido a este familiar que nuestra situación
económica era bastante delicada con la intención de que recapacitara acerca del
cobro de la cantidad requerida pero es que en ese mismo momento aún se había
agravado: yo ya tenía bastante claro que no volvería a reincorporarme a mi
empresa en la que había trabajado casi 7 años y que tardaría bastante en poder
cobrar lo que se me debe (unos 6000 euros), y para más inri mi hermano también
estaba en paro y con escasos visos de trabajar en un futuro próximo. El caso es
que a pesar de todo esto, en la reunión que tuvimos con él en el despacho de su
abogado y no aceptaron nuestra propuesta de pago diferido con cantidades
pequeñas, así que nos vimos obligados a modificarla en parte, teniendo que
abonar, de un día para otro, la cantidad inicial, a modo de señal, de 2000
euros, de lo contrario nos demandaría. Y del mismo modo nos dejaron claro que si
cualquier mes no se le hiciera el correspondiente ingreso en el plan de pago
previsto nos demandarían sin ningún tipo de contemplación.
Vamos, como podéis
comprobar, una auténtica sanguijuela, que en los años de enfermedad de mi
abuela (su tía) ni siquiera se dignó a pasarse a verla o a llamar por teléfono
a preguntar por su estado…Afortunadamente tengo una buena amiga que me ha
echado una mano, y de este modo, después de unas llamadas telefónicas, pudimos conseguir
la cantidad requerida (mi hermano también tuvo que recurrir a un amigo suyo). Le
estoy eternamente agradecida por su ayuda, y ella me ha manifestado también su
agradecimiento por el apoyo que en su momento le presté cuando pasó por malos
momentos, no es necesario que de aquí nombres y apellidos aunque no me
importaría hacerlo.
Salvando las distancias, nos vimos metidos en un aprieto
parecido al del protagonista de la película de Frank Capra “¡Qué bello es
vivir!”, en el que cuando más lo necesitaba y más hundido estaba se produce
milagrosamente la respuesta solidaria de la gente del pueblo a la que de alguna
u otra manera ayudó a lo largo de su vida. Ahora nos preocupa el no poder
afrontar, además de los pagos mensuales que nos quedan a lo largo de un año y
pico para saldar la deuda, hay que hacer frente de un pago mensual de unos 600
euros en calidad de impuesto de sucesiones y donaciones (pago aplazado) y de
plusvalía (en este caso es un impuesto municipal). Durante este tiempo los
ingresos en casa han sido mi prestación por desempleo, la de mi hermano y la
pensión de mi madre.
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