lunes, 24 de diciembre de 2012

RELATOS (5): EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD

Anoche me acosté en la cama de mi casa de Belén (Palestina), en vísperas de la Navidad del año 2016. De esto estoy seguro. Sin embargo, esta mañana he podido comprobar que he amanecido en otro tiempo (año 2012) y en otro lugar (Córdoba, España). En un principio pensé que aparecer en esta ciudad, en vez de en Siberia o cualquier otro lugar de la Tierra, era algo meramente casual, y no había que buscarle ninguna explicación esotérica. Pero ahora estoy empezando a encontrarle sentido al hecho de regresar a la ciudad donde nacieron mis padres. Ellos decidieron exiliarse voluntariamente tras la victoria en las elecciones municipales de 1993 de un popular empresario metido a político, que casualmente se llamaba como yo. Conociendo su idiosincrasia, optaron por no ser testigos directos del previsible caos urbanístico que se avecinaba ni tampoco del declive cultural, y sin pensárselo dos veces tomaron rumbo a Oriente Próximo. Después de varios meses de peregrinaje por estas áridas tierras recalaron en la ciudad de Belén, lugar donde yo nací a los dos años de su llegada. A diferencia de Jesucristo, a mi madre no la dejó preñada el espíritu santo; si nos atenemos a su versión, ella cree que fue el mismísimo Arcángel San Rafael –venido desde Córdoba-, aunque tiene pocos visos de verosimilitud, puesto que, al parecer, en el momento de mi concepción, estaba muy colocada por la ingesta de hongos alucinógenos.

Como he dicho al comienzo de mi relato, vengo del futuro, en concreto del año en que mi país adquirió por fin el tan ansiado reconocimiento como Estado, aprovechando como coyuntura que tanto Israel como Palestina y el resto de Oriente Próximo acababan de abrazar el Budismo (las tres religiones monoteístas entraron en claro declive). De este curioso –e imprevisto- modo desapareció de raíz la secular animadversión existente entre musulmanes y judíos, que había sido enemiga de cualquier negociación por la vía diplomática y pacífica. Por otro lado, en dicho año Belén defendió con brillantez la capitalidad cultural europea, concedida a esta ciudad por un grave error del jurado. Es incomprensible que una ciudad que ni es europea ni llegó a presentarse a la convocatoria, pudiera terminar arrebatándole de este modo la designación a la ciudad española de San Sebastián, que era la favorita. Surrealismo en estado puro.

Volviendo al presente, me he despertado en una antigua taberna muy concurrida, cercana al edificio del Ayuntamiento. Después de unos segundos de desorientación absoluta, reparé en la situación en la que me hallaba. Allí estaba yo, junto a la barra del bar, sentado en un taburete, con un relato en mis temblorosas manos, dispuesto a leerlo ante un nutrido y enfervorecido público. Tras instarme a beberme un chupito de anís seco, fui coronado con unos absurdos cuernos de reno por la maestra de ceremonias. Según pude comprobar después hablando con los dueños del local, me encontraba en el curso de un evento literario bautizado como “Operación Polvorón”, organizado por un conocido colectivo literario de la capital cordobesa. El caso es que el texto fue obsequiado por numerosos aplausos, y su lectura interrumpida por las sonoras risas que provocó en el público.

Lo más curioso de todo esto es que me hallara inmerso en un acto inspirado por la Navidad, teniendo en cuenta que en la época de la que yo procedo –no sólo en mi país- está prohibida cualquier celebración navideña, que se considera delito penado con prisión. De hecho, no deja de ser rocambolesco que en la mismísima ciudad de Belén te puedan meter en la cárcel por montar en tu casa un belén o por decorar un árbol de navidad. Aunque lo peor que te puede pasar es que te invada y posea el espíritu navideño. En estos casos el Código Penal contempla el eximente de posesión navideña y puedes librarte del ingreso en una penitenciaría. Para controlar a los adoradores de las costumbres y del buen rollo navideño, las autoridades del futuro han creado cuerpos especiales de élite multifuncionales. Igual que intervienen con funciones represivas estrictamente policiales pueden hacerlo también como un cuerpo de bomberos, desempeñando tareas puramente destructivas inspiradas en la novela “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, dedicándose a quemar cualquier objeto relacionado con esta festividad (belenes, niño jesús, Santa Claus, Papa Noel, grabaciones de villancicos, zambombas, panderetas, botellas de anís, muñecas de Famosa, etc).

Yo puedo hablar con conocimiento de causa, pues estuve trabajando en dicho cuerpo. Y debo reconocer que con el tiempo llegué a disfrutar plenamente con mi trabajo. Quemar cedés de villancicos era la actividad que más placer me proporcionaba, incluso a veces llegaba a experimentar orgasmos múltiples (algo impensable en mis anodinas relaciones sexuales cotidianas de frecuencia anual). Intenten imaginar el tremendo problema que supuso para mí y para mi entorno familiar (estaba casado y con hijos) el hecho de ser invadido repentinamente por el espíritu navideño. Fue una experiencia realmente desagradable. Para empezar, perdí mi trabajo y a mi mujer, así como la custodia de mis hijos. Pobres víctimas inocentes, mi relación con ellos ya nunca fue igual, nunca se recuperaron del shock traumático provocado al ver a su padre vestido con un ridículo traje rojo con relleno y una larga barba blanca, diciendo a voz en grito “ho ho ho” y tocando una campanilla. No pueden imaginar lo mucho que llegué a sufrir cuando, de repente y sin previo aviso, mi cara comenzaba a mostrar una sonrisa imperturbable, me volvía amable con todo el mundo, me enredaba en una imparable espiral consumista y me ponía a cantar villancicos durante horas. Al escucharme, la gente que estaba a mi alrededor cuando sufría los ataques sufrían desmayos, vómitos e incluso entraban en coma. Quizás la actividad que más me gustaba cuando era invadido por el espíritu de la Navidad era la de poner petardos en los portales, cuanto más gordos mejor.

Para curarme de este mal, durante todo el tiempo en que estuve poseído, tuvieron que practicarme periódicamente una especie de exorcismo (conocido con el nombre de “christmorcismo”). Este tratamiento, de abusivo coste, no estaba cubierto por la Seguridad Social, de modo que tuve que terminé casi arruinado para poder pagarlo. Sin duda mereció la pena, ya que una vez que uno se cura de este mal se inmuniza para siempre. A pesar de todo no me readmitieron en el cuerpo policial y tuve que buscarme un trabajo como guía turístico en la vecina ciudad de Jerusalén, especializado en grupos de jubilados, con los que a en ocasiones organizábamos simulacros de “intifadas” y de construcción de muros.

Según cuentan los libros de Historia, todo este frenético activismo globalizado de lucha combate contra la Navidad que caracteriza la época futura de la que yo provengo, empezó el año en que los duendes del Círculo Polar Ártico se declararon en huelga indefinida. Éstos reclamaban un aumento del sueldo y una reducción de la jornada laboral, y nunca llegaron a un acuerdo satisfactorio. Para colmo, todos los renos de Laponia se murieron a la vez debido a la combinación de una epidemia de sarna y una gran hambruna que asoló este territorio boreal. Santa Claus, al no poder llegar a cumplir los sueños de los niños, fue despedido (le dieron una paupérrima indemnización) y desterrado al desierto del Sahara, a un pisito de 5 m2 sin aire acondicionado ni agua corriente, sin conexión a internet y sin bares en 1.000 Km a la redonda. Ni siquiera la mediación de las fundaciones más rentables en España ni un mensaje desesperado de Santa Claus al facebook de los Reyes Magos de Oriente -pidiéndoles ayuda ante esta situación de emergencia- pudo contener la ira de los padres de los niños, que decepcionados por no recibir sus soñados regalos, fueron renegando poco a poco de estas fiestas, otrora alegres, hasta que cayeron en el olvido y finalmente en la prohibición. Además, el año siguiente los Reyes Magos tuvieron que abandonar también su tarea, no por culpa de la prima de riesgo, sino por las numerosas denuncias por daños y lesiones provocadas durante la cabalgata del día 5 de enero (algunos, al parecer, perdieron un ojo o quedaron en coma tras el impacto de un caramelo); en cualquier caso se acercaba ya su edad a la de la jubilación, que para los miembros de las casas reales orientales estaba establecida en la nada desdeñable cifra de 2.000 años de edad.

Es una lástima no haber viajado en el tiempo con mi lanzallamas. Habría disfrutado mucho prendiendo fuego a vuestros relatos y poemas, así como a vuestra ofensiva indumentaria. Pero ahora me preocupa encontrar una manera de salir de aquí y regresar al futuro, no tengo ni idea de cómo hacerlo. Bien pensado, quizás lo mejor sería relajarme, y mientras se me ocurre una solución, ir de taberna en taberna, aprovechando que aquí no está prohibido el anís ni el orujo. Eso sí, deberé tomar mis precauciones y buscar una farmacia de guardia para comprarme unos tapones para no tener que escuchar vuestras desagradables y estruendosas cantinelas navideñas.

Ahora mismo no os puedo desear una Feliz Navidad, lo siento, porque esto iría contra mis principios, pero quizás las cosas sean diferentes dentro de tres o cuatro horas, si nos volvemos a encontrar en otra taberna, ya en plena fase de exaltación de la amistad. A lo mejor, quién sabe, las bebidas espirituosas se ponen de mi parte y me ayudan durante la meditación a alcanzar la ansiada iluminación que todos los budistas queremos lograr…

sábado, 20 de octubre de 2012

RELATOS (4): EL REFLEJO

Cuando Leo aceptó el reto no era realmente consciente del riesgo que asumía. De haberlo sido probablemente se habría mantenido al margen de esta empresa. Está claro que no lo hizo solo por la copiosa recompensa. En su decisión tuvo un gran peso su glorioso y heroico pasado. La palabra miedo había sido desterrada de su vocabulario. Rechazar la oferta del rey Segismundo III significaría dilapidar y echar por tierra su afamada biografía y eso era algo que no estaba dispuesto a aceptar ni entraba en sus esquemas. Estaba en juego su honor y su valentía y nadie iba a impedirle seguir cosechando victorias y triunfos y casarse con la hija del rey. Nadie.

Leo, el protagonista de esta historia, había nacido muy lejos del lugar donde ahora vivía, el Reino de Usa. De hecho, ni siquiera era de este planeta. Cuenta la leyenda que este apolíneo ser (su aspecto físico era humano) llegó hace 20 años a lomos de un hermoso unicornio negro, alado cual el mítico Pegaso y desde entonces no ha dejado un solo día de peregrinar de reino en reino, ganándose el respeto y el reconocimiento como héroe salvador frente a las más terribles amenazas. Sus armas eran su espada y su escudo y sobre todo su formidable fuerza física, capaz de permitirle salir airoso en un enfrentamiento simultáneo con varios seres de naturaleza hercúlea. Ninguna criatura conocida, ni siquiera las más poderosas fieras ni los monstruos más malignos, había podido derrotar a este guerrero. Dragones, trolls, trasgos, ogros y orcos han formado parte del selecto elenco de víctimas. Sus fabulosas hazañas han sido cantadas, de norte a sur y de este a oeste, por los bardos más prestigiosos, y desde siempre le ha precedido fama de gran amante, motivo por el que es fácil comprender que cualquier dama o doncella de la corte haya deseado yacer con él en algún momento de su vida. Pero el enemigo con el que estaba a punto de enfrentarse ahora no tenía parangón alguno con los que había conocido durante sus anteriores aventuras. El enano Godofredo, el más aclamado de los de su raza, había sido el encargado de informarle acerca de sus poderes, y todo apunta a que no fue capaz (o no quiso hacerlo) de valorar en su justa medida la verdadera dimensión de la amenaza que podía suponer Oel, que así era como se llamaba esta criatura. Quizás intervino en este hecho cierto ánimo de revancha, pues es bien sabido que Godofredo estuvo a punto de morir por culpa de Leo.

El día del enfrentamiento estaba próximo, pero antes de que esto sucediera Leo se acercó a visitar a Cannabio, el oráculo, como si no confiara plenamente en sus posibilidades. Sorprendido por esta visita –era la primera vez- el oráculo le vaticinó su inminente muerte y le profetizó que la misma sería provocada por alguien tan fuerte como él y de su misma sangre. Por primera vez en su vida un escalofrío recorrió su espalda y sintió de repente un sudor frío que llegó a helarle las venas. El oráculo pudo ver el miedo reflejado en su rostro. “Mentís” le replicó Leo. “No hay nadie que pueda derrotarme en este mundo”. Enfurecido, desenvainó su mandoble y de un certero y veloz golpe lo decapitó. La escena del crimen rápidamente se convirtió en un mar de sangre, con el cuerpo sin vida flotando sobre él.

A la mañana siguiente Leo se levantó muy temprano (antes del alba) y cabalgó en dirección a la "Cueva de Los Espejos”, que distaba treinta leguas de su habitual residencia, por tratarse del lugar donde, supuestamente –según la información proporcionada por el enano Godofredo- moraba Oel. En el interior de este paraje se hallaba la “Charca de La Verdad”, justo a la entrada de la cueva. Se bajó de su caballo y se acercó al borde de la misma. Allí pudo verse reflejado en la nítida y lisa superficie del agua y pudo contemplar, horrorizado, su verdadero rostro, deforme y completamente desfigurado –muy alejado pues de su consabida belleza-. Asqueado por la visión, y con su orgullo completamente herido y abatido, se abalanzó impetuosamente sobre el reflejo como si éste fuese un ser animado, con la intención de estrangularlo, y se cayó al estanque. En ese momento recordó las palabras de la profecía del oráculo pero ya era demasiado tarde. Debido al peso de la armadura que llevaba puesta –y a pesar de su resistencia- Leo se hundió en las profundidades del abismo para no ser visto nunca más, y con él también desapareció Oel, que no era más que su imagen reflejada.

Y así fue como acabó para siempre la gloriosa existencia de este héroe llegado del exterior. Tras su muerte regresaron los tiempos difíciles para los humanos, azotados por plagas y por abominables ejércitos de trasgos, orcos y trolls. Todavía es posible escuchar de vez en cuando la “Chanson de Leo” en boca de algún bardo nostálgico y desdentado y alguna que otra dama despistada y entrada en años sigue aún esperando en su balcón la llegada de su príncipe azul. Pero los tiempos han cambiado, ya no quedan oráculos, hace mucho tiempo que a los poderosos les asusta conocer su futuro…

lunes, 6 de agosto de 2012

RELATOS (3): TEATRO

Ayer por la tarde recibí la noticia. En ese momento yo me encontraba en los cines Golem, viendo la última película de mi director favorito, Woody Allen. Al salir de la sala, encendí el teléfono móvil y vi que tenía varias llamadas perdidas. Eran todas ellas de mi hermano y enseguida adiviné de qué se trataba. La salud de mi padre era muy precaria últimamente y mi hermano se encargaba de cuidarlo por las tardes; por las mañanas lo hacía una cuidadora. Mi presagio era cierto, esa misma mañana falleció en su cama de una parada cardio-respiratoria. Tenía setenta y cinco años de edad.

Sin pasar por casa, tomé un metro y me dirigí directamente a la Estación de Atocha. Afortunadamente llegué a tiempo para comprar un billete de ida y vuelta para el último tren de alta velocidad con destino a Córdoba. A las diez y media de la noche ya estaba en mi ciudad natal. Hambriento –me había saltado el almuerzo-, lo primero que hice fue una breve parada para reponer fuerzas en un bar cercano a la estación. Luego, sin más demora, me subí a un taxi y me dirigí al tanatorio.

Cuando llegué allí mi hermano estaba solo, no había rastro de ningún familiar. Teníamos toda la noche por delante para que me pusiera al día de los últimos días de la vida de nuestro padre. De esta manera la espera nocturna se nos hizo muy corta y apenas tuvimos tiempo para tumbarnos a dar una cabezada en el sofá. A las diez y media, tras una breve ceremonia religiosa, nos trasladamos en taxi hasta el cementerio, donde lo inhumaron en la parte más alta de los nichos. Se trató de un acto muy íntimo, de hecho, sólo acudieron al entierro mis tíos maternos y varios amigos nuestros.

Al salir del cementerio mi hermano se encontraba muy cansado y se marchó para tratar de dormir algo. Yo estaba algo más fresco y, teniendo en cuenta el magnífico tiempo que hacía, decidí dar un paseo por el casco viejo, embellecido por sus patios y balcones, en todo el esplendor florido del mes de mayo. Empecé la ruta en la Ronda del Marrubial y me adentré en la Ajerquía por las calles María Auxiliadora, El Realejo y San Pablo, las mismas por las que tantas veces caminé en mi juventud. Al llegar al Ayuntamiento decidí bajar por la calle Ambrosio de Morales, pasando por la Plaza Séneca antes de llegar a la Plaza de Jerónimo Páez. En este lugar me senté un rato a descansar, junto a las enormes casuarinas. Fue entonces cuando todo un cúmulo de recuerdos y vivencias de mi etapa de estudiante de Historia del Arte invadió mi mente. Allí nos reuníamos los colegas, al salir de clase, para charlar de cualquier tema mientras nos bebíamos unas litronas. En esta plaza le dimos las primeras caladas a un porro y nos descojonábamos de risa cuando el THC se nos subía al cerebro.

Antes de regresar a Madrid no quise perderme la oportunidad de visitar las nuevas instalaciones del Museo Arqueológico (sobre todo lo relativo al teatro romano), tal como me recomendó mi hermano. La última vez que entré allí hacía unos diez años. En la entrada me encontré a un recepcionista que conocía a mi padre y me preguntó por él. Cuando le di la noticia de su muerte, el hombre se entristeció y me comentó lo mucho que le apreciaban sus amigos. También me contó que era conocedor de todo lo que había sufrido en su vida. Este emotivo e inesperado encuentro provocó en mí que todo el llanto reprimido durante el funeral y en la noche previa en el tanatorio, terminase aflorando irremediablemente. Con lágrimas en los ojos bajé hasta la parte del teatro. Después de estar un rato contemplando los restos de la cávea y de leer las explicaciones de los paneles informativos, me senté a descansar. En ese momento, cerré los ojos y respiré profundamente. De repente, fue como si retrocediera casi dos mil años en el tiempo. Estaba allí como espectador de una obra en la que se representaba toda mi vida. Al mismo tiempo, yo formaba parte de la misma, como un protagonista más. Delante de mí se fueron escenificando los principales acontecimientos familiares, algunos de ellos completamente olvidados en lo más profundo de mi memoria, así como otros cuya existencia desconocía. Lo que vi y escuché me ayudó a entender mejor las relaciones familiares, y en especial, el papel desempeñado por mi padre y mi hermano (nuestra madre había muerto diez años antes). Justo cuando más feliz y a gusto me encontraba, noté un roce en mi hombro izquierdo, y me desperté sobresaltado. El vigilante de seguridad me instó amablemente a abandonar las instalaciones, era la hora del cierre.

Cuando llegué a casa mi hermano ya se había despertado de la siesta. Me preparé un sandwich de york y queso para el viaje de regreso. Después me despedí de él dándole un fuerte abrazo y le agradecí todo lo que había hecho por nuestro padre en estos últimos años. Dos horas después de subirme al tren, me desperté en la Estación de Atocha. Tomé el metro hasta Plaza de España y me fui instintivamente al cine. No necesité mirar la cartelera. Tenía claro que quería volver a ver la última de Woody Allen. Pero esta vez estaba completamente seguro de que, a la salida, no recibiría ninguna mala noticia.

RELATOS (2): EL PUENTE


No sé a ciencia cierta cómo lo hace, pero el caso es que cada vez que mi amigo Javi sale de casa, aunque sólo sea para ir al quiosco de la esquina a comprar el periódico, casi siempre regresa con un puñado de anécdotas curiosas que contar. Y no me refiero a que se vea inmerso en fenómenos paranormales o encuentros en la tercera fase, ni tampoco que le pasen cosas dignas de salir publicadas en la prensa sensacionalista o del corazón. Más bien se trata de sucesos o vivencias que en sí no tienen nada de extraordinario, que le pueden ocurrir a cualquier persona normal y corriente. A título de ejemplo me gustaría mostrarles un relato en el que se narran las experiencias vividas por él durante su último desplazamiento, tal como me las contó hace un par de días, en el curso de una visita que le hice. Cada cuál que saque sus propias conclusiones acerca de la mayor o menor verosimilitud de los hechos que se exponen a continuación.

A pesar de su gran afición por los viajes, la situación personal de mi amigo le ha impedido últimamente desarrollar esta actividad. De hecho ha pasado varios años sin poder salir de la ciudad de Córdoba, repartiendo la mayor parte del día entre el trabajo matinal y el cuidado de su madre enferma durante la tarde-noche, incluyendo también las correspondientes tareas domésticas. A raíz del empeoramiento del estado de salud de su madre, tuvo que dejar el trabajo y ahora está cobrando el subsidio de desempleo. La repentina muerte de ésta ha supuesto un cambio radical en su vida y –al menos hasta que se materialice su reincorporación laboral- está dispuesto a disfrutar a tope de la libertad de la que goza ahora. A través de las redes sociales se enteró de la existencia de un evento musical que por nada del mundo querría perderse. Me refiero a un concierto de dos de sus cantautores preferidos. Esta excusa iba a suponer el revulsivo definitivo para reencontrarse con su espíritu aventurero, que tanto echaba de menos.

Aunque no cuenta con muchos ahorros en su haber, para celebrar su tan ansiado regreso a la dinámica viajera, no quiso escatimar en gastos y compró un billete de ida y vuelta para el Tren de Alta Velocidad en clase turista. Tuvo la precaución de imprimir previamente los billetes para evitar que le pasara algo similar a lo que ya le ocurriera hace unos seis años, cuando tenía intenciones de pasar un fin de semana en Madrid. Aquella vez no pudo imprimir los billetes en la propia estación porque se olvidó el móvil en casa, y con él el código o localizador requerido para tal acción. En esta ocasión no ha tenido problema con los billetes pero sí con la hora, ya que se le hizo muy tarde y tuvo que salir de su casa echando leches para poder llegar a tiempo. Afortunadamente cogió el tren por los pelos, y gracias a una carrera digna de un atleta olímpico, pudo llegar un minuto antes de que se cerrase el acceso a los andenes, eso sí, con el corazón a punto de salírsele por la boca. Esta situación no era nueva para él, puesto que en el pasado ya había estado a punto de perder varios autobuses, trenes y aviones, por exceso de confianza.

Nada más subirse al vagón correspondiente, se quitó la americana –llegó sudando a causa de la carrera- y sacó del bolso un libro de relatos de Raymond Carver, uno de sus escritores favoritos. Tan breve le resultó el trayecto que ni siquiera tuvo tiempo suficiente para finalizar la lectura del relato que empezó justo al ponerse en marcha el tren (el titulado “Tres Rosas Amarillas”, que narra los últimos momentos con vida de Chejov).

Al poco rato de abandonar la estación de trenes de Málaga, pasó por delante de una pastelería y en ese preciso instante se acordó de la palmera de chocolate que tenía preparada sobre la encimera de su cocina y que olvidó coger, por culpa de las prisas. A pesar del hambre que tenía, se resistió a entrar en dicho establecimiento y optó por aguantar un rato más en ayunas, mientras paseaba tranquilamente por la ciudad en busca del local del concierto.

Aprovechó la caminata para ir mirando posibles sitios para cenar. Si de algo estaba seguro era de la necesidad de llenar adecuadamente el estómago, como condición sine qua non para poder irse de juerga y aguantar la travesía nocturna sin naufragar por los bares del sur. En el trayecto entre la estación y la sala de conciertos, pasó al lado de varios restaurantes y establecimientos de comida rápida (tacos, hamburguesas y kebabs), pero ninguno de ellos le terminó de convencer. Teniendo en cuenta la dificultad de encontrar una carta de bocadillos que incluyera su favorito –el de pinchitos morunos con mahonesa-, consideró que lo más sensato era resignarse y contentarse con todo un clásico de los bocatas made in Spain, que no es otro que el de tortilla de patatas.

Finalmente el azar quiso que el estómago de mi amigo se deleitara con una cena algo más sofisticada. A escasos metros de la sala de conciertos localizó un restaurante marroquí y se le antojó comerse un cuscús de pollo. Tras servirle el plato, pudo comprobar que el nombre del mismo no era quizás el más apropiado. Si bien era innegable que en la parte central del plato había un trozo de pollo (con el primer bocado estuvo a punto de atragantarse con un hueso pequeño), no era menos cierto que la carne estaba prácticamente oculta por la nutrida guarnición vegetal, compuesta por calabacín, zanahoria, cebolla caramelizada y pasas. Tan abundante y generosa era la ración que le resultó imposible vaciar el plato.

Cuando entró al restaurante, él era el único cliente en el salón, pero poco tiempo después, entró una pareja que se sentó en una mesa contigua. Este hecho, aparentemente intranscendente, fue el responsable de hacerle pasar un rato embarazoso, aunque relativamente breve. Acabada la cena, empezó a notar cierta actividad peristáltica en la parte inferior de su aparato digestivo, a la par que descubrió que, si cerraba completamente la puerta del aseo, podría quedarse encerrado. Este detalle implicaba que todo lo que estaba a punto de ocurrir en el interior del aseo podría ser potencialmente escuchado por el camarero y los clientes del restaurante. Para paliar esta deficiente insonorización, mientras estaba sentado en la taza se le ocurrió la idea de abrir el grifo del lavabo, que estaba al alcance de su mano, cerrándolo de nuevo al finalizar el episodio flatulento. Cuando terminó, abrió la puerta del baño y salió discretamente del restaurante, sin mirar a su alrededor ni despedirse del camarero.

El concierto estaba anunciado para las diez de la noche, pero empezó con media hora de retraso. Cuando llegó a la sala -a eso de las nueve y media-, aún no había nadie por allí, y el portero le dijo que las puertas no se abrirían hasta dentro de media hora. En vez de quedarse esperando en la puerta, decidió darse una vuelta por los alrededores. A su regreso se encontró con una decena de personas y a los cinco minutos abrieron las puertas. Se sentó en primera fila, a un metro escaso del escenario, para no perderse ni un solo detalle. Entre el público, de unos veinticinco a treinta años de edad media –mi amigo era la excepción, sobrepasando en un lustro los cuarenta-, no había nadie conocido. Esta circunstancia, lejos de incomodarle, le resultó estimulante al considerarla como un reto para poner a prueba sus dotes de sociabilidad e ilimitada curiosidad.

Los músicos actuaban en su tierra natal después de una buena temporada sin hacerlo y estaban bien arropados por sus amigos y admiradores. A pesar de ello, la práctica totalidad del público asistente se marchó al poco rato de terminar el concierto. Algunos permanecieron el tiempo preciso para acercarse a saludarlos o comprarles una maqueta. Transcurrido un lapso de poco más de tres cuartos de hora desde la finalización del evento musical, la sala se quedó vacía, a excepción del pinchadiscos, el camarero, los cantautores, unos colegas suyos y por supuesto, mi amigo, que se acercó a felicitar a los artistas. No había ni rastro del numeroso público femenino que, tan sólo dos horas antes, se concentraba por allí. Empleando una expresión coloquial muy gráfica propia de un amigo gaditano que tenemos en común, aquello era “un sembrado de nabos”. Ante tan triste panorama, pensó en que sería inevitable tener que activar el plan B, o sea salir de juerga en solitario y aguantar de garito en garito hasta la salida del primer tren, a eso de las siete menos cuarto de la mañana. Aunque en un principio no lo tenían muy claro, los dos cantautores, en compañía de dos de sus colegas, decidieron moverse a otro sitio más animado. Mi amigo se unió al grupo, ya que nadie puso objeciones o se mostró en contra de esto, volviendo a desactivar el plan alternativo.

Después de un comienzo titubeante y surrealista, que incluyó tanto la fragmentación del grupo en dos, debido a un absurdo despiste, como la posterior reunificación, recalaron en un garito conocido con el nombre de “Tierra prometida”, tras descartar todas las opciones previamente visitadas, por diversos motivos. Como anécdota del itinerario, me contó que estuvo a punto de perder la paciencia y mandar a la mierda –emulando al malogrado actor Fernando Fernán Gómez- al relaciones públicas de un pub con el que se cruzó en cuatro ocasiones durante las idas y venidas iniciales, y que no dejó de comerles la oreja para lograr que el grupo entrara a tomarse unas copas en el local que publicitaba. Con su actitud sólo consiguió que dicho local pasara a ser, por supuesto, uno de los descartados.

Bien conocido por Quique y Nacho -los cantautores-, el pub al que finalmente entraron –el único que pisaron en toda la noche- era bastante cutre, revestido completamente de madera, y sin ningún detalle decorativo destacable. La escasa clientela se arremolinaba junto al escenario para ver actuar a una cantaora y una bailaora de flamenco. Además de este dicho escenario antes citado, el local contaba con unas escaleras por las que no dejó de subir y bajar gente cuando el local empezó a llenarse, a eso de las cuatro de la madrugada. A esa hora todos los miembros de la expedición, excepto mi amigo, se batieron en retirada. Las copas que tomaron aquí –de un más que probable garrafón-, sumadas a las ya consumidas previamente, hicieron mella visible en ellos, y consideraron que lo más prudente era irse a la cama. Al día siguiente le esperaba un nuevo bolo, esta vez en la provincia de Huelva. En el momento de la despedida, les agradeció el buen rato que había compartido con ellos y les agradeció su compañía. Evidentemente, aunque se lo estaba pasando bien, en el fondo estaba decepcionado con el curso de los acontecimientos, que no estuvieron a la altura de sus quiméricas y poco realistas expectativas: conocer a alguna de sus amigas en la sala del concierto para intentar después ligar con ella (sin descartar llegar al sexo). Yo, que lo conozco como si lo hubiera parido, sé que no se caracteriza precisamente por sus dotes de donjuán. Y además tenía en su contra que estaba muy desentrenado y falto de práctica.

Para no aburrirse en exceso se apostó en la parte central de la barra del bar, y sentado en una banqueta con una cerveza en la mano, se dedicó a escudriñar todos los movimientos de la única chica guapa que en ese momento se encontraba por allí. Era una chica morena, bajita y vestida con camisa de cuadros y pantalón vaquero. Cuando el bar se llenó de gente, mientras sonaban canciones de música de los ochenta, esta gachí fue abordada por varios tíos –al parecer no mucho más apuestos que él, según me comentó- con resultados negativos en todos los casos. Además de contemplar sus técnicas de evasión frente a las reiteradas incursiones por parte de los típicos ligones, observó con sorpresa la especial querencia que tenía por un grupo de gays treintañeros, con los que bailaba y conversaba alegremente. Como se acercaba ya la hora de irse, mi amigo optó por intercambiar unas palabras con ella. Era consciente que debía aceptar la realidad y desterrar por completo su fantasía de comerle la boca lascivamente. Se le acercó en actitud de curiosidad –exenta de carga erótica alguna- y le dijo: “oye, ¿adónde conducen las escaleras del local?”. Ella, sorprendida por la pregunta, le replicó: “¿de verdad no lo sabes? Arriba hay una sala de billares ¿acaso pensabas que había un picadero?”. Sin saber cómo continuar, puso como excusa unas irrefrenables ganas de orinar para alejarse de la muchacha, y se dirigió rápidamente al baño. A la salida dio un último vistazo a la multitud pero su búsqueda fue infructuosa: la chica había desaparecido. Puesto que ya no existía ningún motivo que lo retuviera por más tiempo en este antro, dio por finalizada su primera incursión en el mundo de la noche malagueña.

La geografía urbana de la ciudad de Málaga era prácticamente ignota para mi colega, con la excepción de los elementos más conocidos, entre ellos la Calle de Larios y La Alameda. Por esta razón la probabilidad de que se perdiera por el laberinto de calles del centro era muy elevada, como de hecho ocurrió. Al salir del pub no tenía ni idea de qué dirección debía tomar para llegar a la estación de trenes. En ningún caso su desorientación era achacable a la concentración de alcohol en vena, ya que sólo cayeron seis o siete cervezas en toda la noche (y para tumbarlo hacen falta bastantes más). Afortunadamente en una plaza cercana al local donde había estado divisó a unos trabajadores del servicio de limpieza y recogida de basura del ayuntamiento y se les acercó para que le indicaran el camino a seguir.

Solucionado este problema, justo antes de iniciar la caminata de regreso se le presentó otro, en este caso de índole fisiológica y de más difícil resolución. Su cuerpo estaba empezando a experimentar un nuevo episodio de flatulencia, esta vez de mayor intensidad, y no había ningún baño cerca. Eran las cinco y media de la madrugada, se encontraba en medio de la calle y la estación de trenes estaba a unos tres kilómetros de distancia (una media hora, aproximadamente, andando). El fantasma del temido apretón callejero acechaba de nuevo. La combinación del cuscús y los gases de la cerveza ingerida estaban causando estragos en su vientre, que se debatía entre espasmos cada vez más fuertes. La opción de subirse a un taxi de los estacionados en la parada cercana era desaconsejable por su alto riesgo, de modo que sólo le quedaba la alternativa de alcanzar su objetivo caminando.

La última vez que le ocurrió algo parecido estaba de vacaciones en Polonia (de eso hace ya nueve años). Después de una noche de juerga y de tragarse a la velocidad del sonido un perrito caliente, se dirigía caminando hacia el albergue juvenil localizado en las afueras de Cracovia. De repente, con las primeras luces del alba, tuvo un apretón sin previo aviso. La intensidad de los retortijones le obligó a reaccionar instintivamente lo más rápido posible, y no tuvo más remedio que bajarse los pantalones. Se puso en cuclillas en cuclillas en un aparcamiento público, con la única protección visual de un coche a cada lado, rezando para que no apareciera en ese momento ningún usuario que lo descubriera en plena acción. Afortunadamente esto no pasó y pudo continuar sin más sobresaltos el resto de su trayecto a pie.

El escenario actual se correspondía con una plaza iluminada por potentes luces, y no le agradaba la idea de que le pillara in fraganti algún sin techo y menos aún que algún juerguista borracho le sacara con el móvil una foto o grabara un video de su culo para después colgarlo en Internet. La idea de hacerse analmente famoso no le atraía demasiado. Se quedó inmóvil, apretando bien el esfínter, y cuando ya pensaba que no había nada que hacer para impedir un desenlace poco glamuroso, su organismo le dio una tregua momentánea y pudo reanudar una caminata que se le hizo eterna.

Unos diez minutos después, cuando se encontraba cerca del río, de nuevo se encendieron las alarmas y presintió que ya no era posible obtener otra prórroga y frenar más la tormenta desatada en sus intestinos. A diferencia del escenario donde se presentó la primera crisis abdominal (la plaza iluminada), donde no tenía ninguna opción de camuflarse u ocultarse, ahora se encontraba en un paisaje urbano mucho más favorable en ese sentido. Esta vez la suerte y el diseño urbanístico de la ciudad se pusieron de su lado. Miró al frente y a ambos lados para ver si había moros en la costa. Una vez realizadas las comprobaciones pertinentes para asegurar la privacidad de la operación, se dirigió al único lugar donde no podría ser visto. Con la dificultad locomotriz inherente a alguien que está sufriendo un apretón intestinal agudo, bajó por una de las escaleras de acceso hasta el río canalizado, para poder situarse justo debajo del puente, fuera de la zona de visión. Evidentemente no estaba en el Edén, pero para él fue una especie de remanso de paz para cagar a gusto, mientras contemplaba el lento fluir del escaso caudal del río. El pavimento estaba asqueroso, pero sorprendentemente no tuvo que sortear ningún excremento, circunstancia que agradeció. Al subirse los pantalones se le cayó al suelo la cartera, que milagrosamente (por cuestión de centímetros) aterrizó sobre terreno despejado. Cuando acabó la faena, subió tranquilamente por la misma escalinata por la que bajó, y antes de cruzar el puente y reiniciar la marcha, echó un último vistazo al escenario.

A la estación llegó con bastante tiempo de antelación, algo inusual en él (aún faltaba media hora para la salida del tren), y por ello se puso a dar varias vueltas en el interior de la misma. En el momento de subirse al tren aún faltaban casi diez minutos para salir. Cuando el tren partió de la estación –lo hizo con puntualidad británica-, él ya se había quedado dormido y así estuvo todo el trayecto.

Hasta ahora, siempre que emprendía un viaje me dejaba guiar principalmente por los aspectos estéticos de las ciudades a la hora de elegir mi destino. Sin embargo, después de conocer los hechos aquí relatados he cambiado radicalmente de parecer. Ahora opto por darle prioridad a los aspectos prácticos y funcionales. ¿Hay en las ciudades alguna estructura arquitectónica más práctica que un puente? Yo al menos no la conozco. Borges no podía concebir un mundo sin libros, pues bien, nosotros (mi amigo y yo) no somos capaces de concebirlo sin puentes.

viernes, 8 de junio de 2012

EL RETORNO DE “EL TAMA”: DIARIO DE UN SUPERVIVIENTE (IV)

Año 2012.

Enero. Día 5: Vísperas de la Noche de Reyes. Al mediodía me acerqué a los puestos de artesanía de los Jardines de La Victoria, en concreto al de mi amiga Rocío, para comprar varios regalos de Reyes. Me acerqué a saludar al trabajo a mi amiga Laurina pero cuando llegué ya estaba cerrado el local de MZC. Me pasé por el bar de tapas “Delorean” y por la noche me llegué un rato a “La Espiga”. Estaba por allí mi amigo Ioannis Galanos y creo recordar que fue esa noche cuando me presentó a Raquel Degayón. Si no fue ese día fue pocos días antes. Día 6: reunión con mi amiga Pili Villarejo y Javi en un bar junto a su nuevo domicilio, por la zona del Zoco, y también con Silvia (hermana de Pili). Al encuentro también asistieron mi amiga Eli y su novio Enrique. Después de tapear nos invitaron a subir a su piso y a tomar café y roscón. Yo tenía que regresar ya a casa a cumplir con mis obligaciones de cuidador de la abuela y Pili me regaló un roscón al que solo le faltaba un trozo y que no se iban a comer. En casa ya teníamos uno pero estaba casi acabado (a mi hermano y a mí nos chifla), así que en principio iba a terminar en nuestra despensa. Pero de camino a la parada de autobús me tropecé con una familia de rumanos, que arrastraban un carro de chatarra. Estaba compuesta por un matrimonio y dos niños pequeños. No me lo pensé dos veces y les ofrecí el roscón, ante su sorpresa. Nosotros ya nos habíamos hartado y sin embargo era probable que para ellos fuera la primera vez. Sobre todo pensé que para los niños sería un motivo de alegría. ¿Invadido por el espíritu navideño?. Día 7: me pasé por “La Espiga” y me encontré otra vez a Ioannis, que también trabajaba esa noche. Raquel estaba en “la sacristía” junto a su amiga Beatriz, a la que conocí en ese momento. Al principio me coloqué junto a la barra pero después me mudé a hacer compañía a las chicas. Luego llegaron varios amigos y conocidos, entre ellos Rocío. Entre los temas de tertulia fue inevitable el del inminente cierre definitivo de “La Espiga”. Rocío ya me comentó este rumor, pocos días antes. Creo recordar que ese mismo día, por la mañana, a través del muro de facebook de este local, nos enteramos oficialmente de la noticia. Día 10: víspera del cierre de “La Espiga”. Aunque estaba anunciado el cierre para este día finalmente se anuncia una prórroga de un día. Me tomé varias cervezas en plan despedida. Día 11: despedida oficial de “La Espiga”. Me llevé la guitarra acústica y canté varias canciones. Fue mi particular homenaje a este emblemático local donde debuté como guitarrista y cantante de música folk irlandesa, y donde tantos buenos ratos pasé con los amigos. Además, en este último periodo de mi vida tan estresante los conciertos que aquí se programaban eran mi vía de escape semanal. Estuve hablando con Rafi, la encargada de “La Espiga” para ver si podía quedarme con uno de los cuadros del local: el retrato de Marilyn Monroe. A día de hoy no tengo noticias de su paradero.

Febrero. Día 28: Día de Andalucía. Al mediodía el partido EQUO celebró un acto público e invitaba a una comida informal en la Plaza de San Andrés. Allí me encontré con mis amigos Sergio Pérez y Javi Larios, con los que me tomé una cerveza y comí algo (un trozo de tortilla y algo de salmorejo). También estaba por allí Chico Herrera. Por la noche llamé a un médico de Asistencias Los Ángeles para que viera a la abuela. Varios días antes observé que un dedo del pie derecho de la abuela se le estaba poniendo morado. Una ambulancia nos trasladó a Urgencias del Hospital Reina Sofía, y tras pasar toda la madrugada con la abuela en una camilla en una consulta vacía, por la mañana temprano la vio por fin el cirujano cardiovascular y confirmó la necrosis del dedo. Nada de amputación (yo pensaba que era eso lo que iban a hacer), me comentó que habría que colocarle gasas estériles y aplicarle alcohol en abundancia para lograr su momificación. Yo fui el encargado de dicha tarea varias veces al día. Sin comentarios.

Marzo. Días 1-16: las curas diarias con alcohol son muy duras, lo pasaba fatal cada vez que le veía el pie. La necrosis se estaba extendiendo rápidamente, y las úlceras que le salieron en el pie en enero cada día tenían peor aspecto. Está claro que hay un problema de isquemia. Además, cada vez tenía menos apetito y le costaba trabajo beber. Se estaba debilitando rápidamente. Por las mañanas intentaba despejarme un rato acercándome a la Biblioteca Central a leer la prensa. Día 10: por la noche convoqué a unos cuantos amigos y amigas en el “Oculto” (entre ellos Ramón, María José, Juan, Raquel, Ioannis, Bea) para una quedada con guitarreo incluido. Además, esa noche fue especial porque contaría de nuevo con la participación del guitarrista y violinista Arcadio. Aunque el comienzo fue un poco raro yo disfruté mucho con el resultado de algunos temas de música folk irlandesa que tocamos conjuntamente (también salió muy bien la versión de “La Senda del Tiempo”, de Celtas Cortos). Del mismo modo tengo grato recuerdo porque me estrené con algunas versiones de canciones, como “Hallellujah”, de Leonard Cohen, “Raquel”, de Jorge Drexler y “El Sitio de mi recreo”, de Antonio Vega. Día 17: a pesar de que la abuela está bastante mal necesito salir un rato por la noche. Mi hermano y mi madre estarían pendientes de ella en todo momento. Me llegué al “Oculto”, había una fiesta y una jam session multitudinaria. Yo participé tocando la darbuka, no me animé con la guitarra. Día 18: regresé a casa a eso de las 3:30 de la madrugada. La abuela, desde hace unas horas había entrado en fase de respiración agónica. Yo me acosté un rato con ella, en ningún momento se quedó sola. Luego estuvo con ella mi madre y también mi hermano. A las 13:00 P.M. falleció, sin sufrir dolor, en su cama, acompañada por nosotros. A las 15:30 nos dirigimos los tres (mi madre, mi hermano y yo) al tanatorio. Allí estuvimos por la tarde-noche con algunos familiares, luego se fueron y nos quedamos juntos los tres. Día 19: ceremonia religiosa a las 10:30 en la Iglesia de Santa María de Guadalupe. Después funeral en el Cementerio de San Rafael. Además de algunos familiares nos acompañaron Ioannis y Raquel, que no pudieron llegar a tiempo a la iglesia. Día 22: viaje a Málaga al concierto de El Kanka en “La Botica”. Después de la actuación me fui con los músicos y con algunos amigos suyos de farra por varios bares. A las 6:30 de la mañana regresé en el primer tren de la mañana. Una hora y media después ya estaba acostado en mi cama.

Abril. Día 7: fiesta báquica en el “Oculto”, con jam session incluida, organizada por Sahra Anisha. Yo me llevé mi guitarra acústica y empecé en solitario, luego se incorporó David Uclés y otros cuantos músicos. En el patio continúo el guitarreo hasta bien entrada la madrugada. Esa noche conocí a un argentino que también canta y toca la guitarra, como de hecho hizo en algunos momentos: Leandro Salvatierra, de San Miguel de Tucumán. Día 14: viaje a Sevilla, para asistir a un concierto de Manuel Cuesta y Emiliano del Río en la sala “Magia y Música”, en Los Remedios. Mientras estaba paseando por Sevilla recibí una llamada. Miro a la pantalla del teléfono y me sorprendo al ver una llamada entrante de Amalia. ¿Amalia? Pero si está en Ecuador… Me alegré enormemente de escuchar su voz después de casi seis meses. Me contó que había llegado a Córdoba el día anterior y que estaría por allí unos diez días más. Después del concierto me fui con los músicos a un restaurante Tex-Mex de Los Remedios, y luego me dirigí hasta el centro caminando, en compañía de Manuel, que se ofreció a alojarme en casa de sus padres. Le agradecí la amabilidad pero le informé acerca de mis intenciones de recordar viejos tiempos moviéndome por los bares. Estuve por los bares de “La Alfalfa” y alrededores, y cuando los cerraron me metí en el “Berlín”. Aquí, por azar, me encontré a un buen amigo de la carrera (Antonio Macho), que estaba en compañía de su hermano. Los tres, por unanimidad, decidimos cambiar de local, optando por el “Fun Club”, en “La Alameda”. A las 7:30 nos vamos, me acercan en coche hasta las cercanías de los “Jardines de Murillo”. Luego me fui andando hasta la Estación de Autobuses del Prado de San Sebastián con la intención de subirme en el primer autocar. Para mi sorpresa descubro que desde el año 2010 todos los autobuses con dirección a Córdoba salen de la Estación de Plaza de Armas. Ya no me daba tiempo de subirme al de las 8 así que, a pesar del cansancio, me puse a caminar en dirección a la Estación de Santa Justa y allí compré un billete para un tren con salida a las 9:00 A.M. Día 18: me llegué al Gran Teatro en compañía de mis amigas Amalia y Raquel. Les había regalado la entrada para el espectáculo “Bombay Bellywood”. Luego nos reunimos con Carlos y Ioannis en la terraza del “100 Montaditos” del centro. Día 19: viaje a Barcelona en AVANT clase turista por la tarde. Llegué a las 21:30 P.M. a la Estación de Sants y desde aquí tomé la línea 3 del metro.


EL RETORNO DE “EL TAMA”: DIARIO DE UN SUPERVIVIENTE (III)

Año 2011.

Octubre. Día 5: concierto de Los Tres en Raya en “La Espiga”. Lo flipé, era el primer concierto de este trío al que asistía. Compré varios cedés, uno de cada uno de los artistas individuales. Día 19: terminé el primero de una serie de dibujos a rotulador de arañas del género Eresus. Después de muchos años sin dibujar animales recuperé esta entretenida afición. De madrugada, tras el trabajo en la ilustración, la publiqué en mi muro de facebook. Los siguientes dibujos los realicé y publiqué a lo largo de los días 20-21, 23-24, 26-29. Ese último día había actuación de Fabio Sabià en “La Espiga”. Era su último concierto en Córdoba. Se me olvidó la fecha y no me pude despedir de él.

Noviembre. Día 1: me quedé temporalmente parado a propuesta de mi jefe y este día tenía cita en la Oficina de Empleo para solicitar el subsidio (de desempleo). Día 2: terminé el último dibujo de la serie de arañas del género Eresus que inicié a finales de Octubre. Día 4: comparecencia en los juzgados de Barbate (Cádiz), junto con mi jefe, en calidad de perito, en un juicio. La cámara de grabación de la sala de juicios no funciona y nos quedamos varias horas esperando el milagro. Finalmente, se nos comunicó oficialmente el aplazamiento del juicio para principios del año siguiente. En un restaurante de La Barca de Vejer, mi jefe y yo nos detuvimos a meternos entre pecho y espalda un bocata de lomo antes de regresar a Córdoba.

Diciembre. Día 23: “Operación Mantecón” en “La Espiga”, con Alejandra Vanessa, de “La Bella Varsovia” como maestra de ceremonias. Este año participé leyendo un relato humorístico titulado “El Espíritu de La Navidad”, que consiguió provocar risas en el público. Objetivo cumplido. A cambio tuve que dejarme colocar una felpa de cuernos de reno, con luces. Y también toqué una teta de goma que rondaba por allí, y por supuesto, no olvidé tomar el chupito de anís de rigor que exige el protocolo de este evento. Día 24: cena de Nochebuena en casa en compañía de mi madre, mi hermano y unas amigas paraguayas de mi hermano. Para ello abrimos la mesa plegable del salón, que llevaba sin desplegarse unos treinta años o más. Cuando acabé fui a la habitación de mi abuela a darle su cena. Esa noche estuve excepcionalmente calmada. Fue una velada plácida y tranquila. Una excepción a muchos años de malas experiencias navideñas. Día 31: al igual que en Nochebuena para la cena repetimos los mismos comensales. También pasamos una velada tranquila y agradable. Nos comimos las uvas y celebramos la entrada del nuevo año con champán. En esta ocasión tuve que levantarme en varias ocasiones durante la cena para atender a mi abuela y acompañarla.

EL RETORNO DE “EL TAMA”: DIARIO DE UN SUPERVIVIENTE (II)

Año 2011.

Abril. Día 2: concierto de Up to the Blazz en “La Espiga”, dentro del ciclo NOCTÁMBULOS, del Festival COSMOPOÉTICA. Día 3, compuse en casa la música de las estrofas de una canción. No hay aún estribillo ni letra ni título. Día 28: concierto de Gustavo Almeida en “Baluarte”. Me invitó a subir al escenario y canté “E isso aí” (Ana Carolina/Damien Rice). Mi primera canción en portugués en público. A pesar de los nervios iniciales creo que el resultado fue satisfactorio. Desde entonces esta canción es una de mis preferidas y la canto siempre que puedo. Es una de las pocas cuya letra me sé de memoria.

Mayo. Día 6: presentación del libro de microrrelatos “Fuera de lugar”, de mi amigo Ricardo Reques Rodríguez, en la Feria del Libro. Me quedé a la firma de ejemplares. Compré dos, uno para mí y otro para regalar. Después acudí a una cita con mis amigas Asun y Luz para preparar y ensayar el repertorio del evento del día 8. Nos quedó muy bien el tema “Desde mi libertad”, de Ana Belén, aunque finalmente no fue incluido. Día 8: presentación del relato “Guajiras”, de mi amiga Asun Barasona, en el “Mercado de Las Flores”, en el Jardín Botánico de Córdoba. Ella leyó varios textos y me acompañó a la voz en algunas canciones (“Blowing in the wind”, de Bob Dylan, y “Ride on”, de Christy Moore). Luego canté algunas más yo solo. Día 15: “Toma la calle: Indígnate”. Día 20: salida a la Feria de Córdoba, la mayor parte del tiempo la pasé en la caseta de “ASPA”. Día 22: Elecciones Municipales, fui a votar junto a mi madre. Por la noche me pasé por casa de Ramón López a echar un rato de guitarreo y canturreo. Grabamos “Mi libertad” (Pablo Guerrero/Luis Pastor) en pista de audio con su Iphone. No quedó nada mal la conjunción de voces. Día 24: visita a la Feria, concierto de D. Donnier and his bones en la caseta “AMIGOS DEL GAZPACHO”. Día 28 y madrugada del 29, visita a La Feria, caseta de “ASPA” y “Juan XXIII”. Despedida de la Feria 2011.

Junio. Día 5: quedada-concierto en “Café Oculto”, luego concierto de El Kanka en “La Espiga”. Día 11: quedada-concierto en “Café Oculto”. Día 12: concierto de José Antonio Delgado en “La Espiga”. Día 17: concierto de Claudio H en “La Espiga”. Día 19: concierto de Gustavo Almeida en “La Espiga”. Día 24: concierto del dúo Malacabeza. Aquí me encontré con Ramón López, Manolo Torres, Pilar Estévez y a su amiga Eva María Viñas. A Pilar la conocí hacía unos meses en el “Juan XXIII”, pero en ese momento no hablamos mucho. Eso sí, desde el principio me llamó la atención su sonrisa. Acabado el concierto, echamos unas risas en el mismo local. Día 26: concierto de Luis Quintana en “La Espiga”. Magnífico, como siempre, mi colega Luis.

Julio. No tengo anotaciones ni recuerdo nada en especial. Supongo que iría a alguna proyección en cines de verano (¿entre otras, Midnight in Paris?).

Agosto. Día 10: visita al Jardín Botánico, en concreto a los Invernaderos Centrales. Me centré en los invernaderos de Flora Canaria, y fui anotando las especies representadas en mi cuaderno. No recuerdo el día pero creo que en este mes asistí a la proyección de “Pequeñas Mentiras Sin Importancia” (“Les petites mouchoirs”). Me encantó la película, la banda sonora y sobre todo la actriz Marion Cotillard, que ya me conquistó previamente en la película “Midnight in Paris”, de Woody Allen. Al llegar a casa descubrí que el director de la peli era la actual pareja de la actriz y que ésta también cantaba. De hecho, localicé en Youtube un video de ella cantando junto a Maxim Nucci, o sea, Yodelice (“One thousand miles”). Éste tiene una breve aparición en la película, como actor y cantante…y exnovio (en la ficción) del personaje interpretado por Marion. Como anécdota de la proyección, mientras la gente desalojaba el cine a la vez que se proyectaban los títulos de crédito, a mí se me cayó al suelo un paquete de pañuelos de papel (o sea, de “petites mouchoirs”). Esta casualidad se convertió en una especie de premonición de lo que iba a ocurrirme en el futuro próximo (ver mes de septiembre), época en la que los pañuelos de papel iban a convertirse en un instrumento fundamental de mi vida rutinaria durante unas semanas… Por si fuera poca coincidencia, en un día de agosto encargué en la tienda “Discos Fuentes-Guerra” la BSO de dicha película y un CD de Yodelice (“Tree of Life”). En la contraportada de este CD aparece un dibujito de detalle del ojo izquierdo del cantante, que curiosamente presenta una lágrima negra dibujada debajo del ojo. Pañuelos, lágrimas, ojo izquierdo… Les remito al mes de septiembre.

Septiembre. Día 3: asistí como invitado a dos bodas. Por la mañana la boda de mi amigo Quique, que se casó en Santa Marina y el banquete se celebró en BODEGAS CAMPOS. Por la noche la boda de mi amiga Lisa, acto ceremonial y banquete en los jardines del Hotel Ayre. A la ceremonia religiosa de la primera boda, acudí en compañía de mi madre. Puesto que la salida de los novios se alargó excesivamente ella se tuvo que marchar sin conocerlos ni saludarlos, circunstancia que la irritó bastante. Se tenía que retirar para atender a la abuela, que se había quedado temporalmente a cargo de mi hermano. Yo la acompañé hasta la parada de autobús de Colón, junto a la pizzería “Domino’s”. En la boda nocturna conocí a una chica guapísima durante la correspondiente sesión de baile. A título personal la designé como la más guapa del evento pero no hallé el momento o el valor de decírselo. Me fui a casa con su nombre y su imagen grabada en mi retina. Día 14: El precio que tuve que pagar por la anterior alegría para la vista es alto. Amanecí con el ojo izquierdo muy hinchado, rojo y dolorido. En los días siguientes me dediqué a visitar las urgencias sanitarias y me diagnosticaron una conjuntivitis vírica muy agresiva. Me tuve que dar de baja en el trabajo por varias semanas. Día 16: mi cumpleaños. Quedé en “La Fuente de Las Brujas” de La Corredera. Allí me encontré con Amalia, Carlos y un amigo de Carlos (Juanma). En esta plaza se celebraba el concierto inaugural del Festival EUTOPÍA, con la actuación de “Bebe”. Yo pasé por completo del concierto. Luego nos fuimos a “La Espiga” a seguir celebrando mi cumple. Allí apareció Ramón y algunos amigos más. En consideración global fue uno de mis cumpleaños con menos quorum de mi historia… Atrás quedaron los tiempos en que tenía un gran poder de convocatoria. Después me trasladé al “Amapola” y allí me encontré a una animada multitud bebiendo y hablando en la calle. Casualmente estaba por allí la chica que conocí en la boda de mi amiga Lisa y cuya belleza me cautivó (su nombre aún no lo había mencionado, Estefanía). Estaba acompañada por Javi, David, Paco, Laura, etc… No hablé con ella, solamente la saludé y se me ocurrió regalarle una piruleta de fresa con forma de corazón que guardaba en el bolsillo de mi americana, desde la noche en que la conocí. Día 24: concierto de Aboubakar Syla en “La Espiga”. Finalizado el concierto me acerqué a hablar con el músico y me enseñó a decir calabaza en guineano (gran parte de los instrumentos africanos se fabrican con dicha hortaliza).

EL RETORNO DE “EL TAMA”: DIARIO DE UN SUPERVIVIENTE (I).

Algo más de un año después de mi última entrada en este blog reaparece “El Tama”, o sea yo. Como promete la presentación, a pesar del título (“Diario de Rafa Tamajón”), este blog es cualquier cosa menos un diario… Mucho ha llovido desde el mes de abril del pasado año, así que he decidido redactar un resumen de los principales acontecimientos de mi vida, a modo de diario (hasta el mes de abril del presente año 2012). Puesto que mi memoria cada vez es menos poderosa, he tenido que recurrir a mis agendas y cuadernos de notas, así como al Facebook, para poder ser lo más fiel a las fechas y a los hechos. Si en algún caso no lo he sido y alguien encuentra alguna incorrección o incongruencia, le agradecería que me lo hiciera saber a través del correspondiente comentario.

Aunque salta a la vista mi recalcitrante pereza bloguera, lo cierto es que esto contrasta enormemente con mi frenética actividad en facebook, ya que he mantenido un ritmo diario de publicaciones en mi muro que me han permitido expresar mis alegrías y mis tristezas y compartirlas con mis amigos y conocidos a través de esta red social. Este ha sido fundamentalmente el motivo de no elaborar ninguna entrada durante todo este dilatado lapso de tiempo, he optado por la opción de la inmediatez y de la publicación en tiempo real acerca de lo que me estaba sucediendo en cada momento.

Como cualquiera puede comprobar si finalmente se decide por echarle un vistazo a esta nueva entrada del blog, he intentado centrarme en las actividades de ocio que he podido llevar a cabo, a pesar del escaso tiempo libre disponible y de la difícil situación familiar, pero también aparecen mencionados acontecimientos poco agradables que han conducido al reciente fallecimiento de mi abuela el pasado 18 de marzo. Para los que no lo sepan, me hice cargo desde hace varios años de parte de los cuidados a mi abuela, encamada y con demencia senil, desde noviembre del 2009. Previamente también me ocupé de cuidar a mi tío, igualmente encamado y con Alzheimer. Por supuesto, no puedo olvidar la gran ayuda prestada por mi madre y por las cuidadoras (mi tío y mi abuela fueron beneficiarios de ayuda a domicilio gracias a la Ley de la Dependencia, en la categoría de grandes dependientes) durante las mañanas, período en que yo me hallaba trabajando.

He podido compaginar mi trabajo y mis cuidados y ayuda familiar desde el año 2007 hasta casi finales del 2011. En noviembre de este último año, a instancias de mi jefe, dejé de trabajar para dedicarme de lleno a la familia, pasando a engrosar las listas de parados y a cobrar el subsidio de desempleo. De acuerdo con mi última conversación con él, se está barajando el mes de septiembre de 2012 como fecha de mi reincorporación laboral.

Debido a la relativa extensión de este texto, he optado por fragmentar su publicación en varias entradas, con numeración romana indicativa del orden. Disculpen mi recalcitante estilo prolijo, no tengo remedio. Por eso no tengo aún cuenta de Twitter.